El que domina los contenidos, domina el mundo



El original fue tomado del blog Divulgación de la Ciencia, de Manuel Alfonseca, con título La Traducción Automática





En un famoso curso de verano que tuvo lugar en Dartmouth College en 1956, se propuso el nombre de inteligencia artificial para los programas de ordenador que realizaran tareas que tradicionalmente se habían considerado exclusivamente humanas, como jugar al ajedrez y traducir de una lengua humana a otra. Los asistentes a ese curso, dirigido por John McCarthy, lanzaron las campanas al vuelo y predijeron que en diez años se habrían resuelto completamente esos dos problemas. Así pues, esperaban que hacia 1966 habría programas capaces de ganar al campeón del mundo de ajedrez, y otros que podrían traducir perfectamente entre dos lenguas humanas cualesquiera.
Hacia 1965, mi tío Felipe F. Moreno, que por entonces era jefe de traductores de español en la sede de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) en Ginebra, escribió en la revista de la UIT un artículo sobre la traducción automática y cómo podría afectar a los traductores humanos, lo que demuestra que la cuestión seguía siendo candente. Poco después, cuando se cumplió el plazo establecido por los precursores de la inteligencia artificial, se comprobó quehabían sido demasiado optimistas, porque los dos problemas que plantearon estaban muy lejos de resolverse.
Sabemos que el objetivo de que un programa ganara al campeón del mundo de ajedrez no se cumplió hasta 1997, cuando el programa Deep Blue derrotó a Garry Kasparov, vigente campeón en ese año. El otro problema, la traducción automática, resultó aún más difícil. A finales de los sesenta corría por los ambientes informáticos la siguiente anécdota:
Para probar un par de programas traductores, inglés-ruso y ruso-inglés, se le proporcionó al primero el siguiente texto del Evangelio (Mat.26:41):The spirit is willing, but the flesh is weak. (El espíritu está pronto, pero la carne es débil). El resultado de la traducción al ruso pasó como entrada al traductor ruso-inglés, y el resultado obtenido fue: The vodka is good, but the meat is spoiled. (El vodka es bueno, pero la carne está estropeada).
La anécdota es probablemente apócrifa, pero expresa muy bien cuál es el problema de la traducción automática: las lenguas humanas son ambiguas, lo que hace muy difícil traducirlas. La ambigüedad puede ser sintáctica, como en los siguientes ejemplos:
            No pude estudiar derecho (el jorobado de Notre Dame).
Time flies like an arrow (el tiempo vuela como una flecha). Esta frase inglesa tiene otras tres interpretaciones sintácticas posibles, además de la más común, que es la que he traducido. Una de ellas es: a las moscas del tiempo les gusta una flecha.
La ambigüedad también puede ser semántica, como en estos ejemplos:
¡Pare la mula! ¿Ha parido una mula, o queremos que se pare?
Todo hombre ama a una mujer¿Todos a la misma, o cada uno a una?
Lo malo es que estas ambigüedades suelen ser distintas en cada lengua, lo que dificulta la traducción automática, porque la frase a elegir depende de un contexto muy amplio, que incluye conocimientos generales sobre el mundo, que los programas de ordenador no tienen. Por eso la investigación en traducción automática tardó mucho en dar resultados.
A finales de los años setenta, el gobierno japonés decidió emprender un proyecto que pusiera a su país a la cabeza de la informática mundial. Según explicaron, estaban cansados de que el resto del mundo considerara a los japoneses como copiadores eficientes de la tecnología desarrollada por otros países. Esta vez querían ser ellos los copiados. Por eso pusieron en marcha el proyecto de la quinta generación, que consistiría en lo siguiente:
·         En el hardware: ordenadores adaptados para simplificar la construcción de aplicaciones de inteligencia artificial.
·         En el software: programas capaces de interaccionar con el usuario en su propia lengua (inglés y japonés) y de traducir correctamente entre esas dos lenguas.
El proyecto de la quinta generación debía durar diez años y terminó a principios de los años noventa con un fracaso. Los supuestos ordenadores de quinta generación que iban a construirse resultaron ser ordenadores personales corrientes, dotados de un firmware que les permitía entender el lenguaje Prolog, lo cual no era nuevo, pues los primeros ordenadores personales llevaban firmware que les capacitaba para entender el lenguaje Basic. Los grandes objetivos (traducción automática y comprensión del lenguaje natural) no fueron alcanzados.
Icono de Google Translate
El éxito del proyecto consistió en empujar a otros países a lanzar proyectos menos ambiciosos, algunos de los cuales sí dieron lugar a resultados razonables. Por ejemplo, en la Unión Europea, donde la traducción de documentos entre lenguas oficiales se lleva una proporción importante del presupuesto, se puso en marcha el proyecto EUROTRA, cuyo objetivo inicial (traducir correctamente textos entre dos lenguas) se redujo al final a otro más simple, pero alcanzable: construir herramientas que ayuden a los traductores humanos a aumentar su rendimiento (traducción asistida por computadora).
Una herramienta moderna de este tipo es Google Translate. A menudo se toman a broma sus traducciones, con ejemplos como estos:
Google Translate traduce así la frase española Me daría de tortasI would give of cakes.
Y la frase No se anda con chiquitas la traduce así: She does not hang out with little girls.
Sí, es gracioso, pero quien pretenda utilizar Google Translate para traducir textos entre dos idiomas cualesquiera y los acepte tal como salen, no ha entendido nada. Esta herramienta es una ayuda para el traductor humano, pero la actuación de este es ineludible. Es preciso corregir las traducciones que nos ofrece Google Translate, pero aun así la herramienta es muy útil. Ofrezco un ejemplo sacado de mi propia experiencia: antes de utilizar Google Translate, yo tardaba entre dos y tres meses en traducir una de mis propias novelas del español al inglés. Desde que utilizo la herramienta, ese tiempo ha disminuido a unas dos semanas, y la calidad final de la traducción es comparable a la antigua. Es decir, mi productividad como traductor se ha multiplicado por cuatro.

Manuel Alfonseca

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